El reconocido poeta y ensayista dialogó con Revista Colegio sobre los desafíos de la educación en el siglo 21, que actualmente se ve atravesada por la pandemia del coronavirus. Destacó que “educar es enseñar a aprender” y que “no hay saberes definitivos”. En ese contexto, Kovadloff subrayó que “un auténtico maestro es un interlocutor, un suscitador de emociones”.
El ensayista Santiago Kovadloff es uno de los hombres más destacados de la poesía y el pensamiento contemporáneo en la Argentina. A sus 78 años, su mente brilla para iluminar con su razonamiento una situación de complejidad e incertidumbre que nos atraviesa a todos, aunque no todos estamos parados de igual manera ante la crisis. Es ante la desigualdad y la incertidumbre que vive nuestra sociedad y la educación en particular que recurrimos a su pensamiento.
A sus 78 jóvenes años, el poeta, ensayista, autor de relatos para niños y traductor de lengua portuguesa -entre sus múltiples cualidades- tuvo la gentileza de contestar nuestras inquietudes en plena pandemia del coronavirus. Acudimos a él porque entendemos que el debate y la reflexión profunda es una manera de repensar la realidad y socorrer desde su pensamiento a muchas personas que hoy viven con angustia la incertidumbre, la soledad o la falta de oportunidades.
– ¿La educación es un acto genuinamente amoroso? ¿Se puede ser amoroso a través de plataformas virtuales de enseñanza?
“Educar puede ser, al unísono, una demanda social y una vocación personal. A su vez, los contenidos de una y otra -los de esa demanda y los de esa vocación- , pueden ser muy diversos. Socialmente hablando, se educa de conformidad con los imperativos de cada época y aun con las imposiciones ideológicas propias de quienes, desde el poder, configuran e imparten los contenidos de la educación. La vocación docente, ese acto genuinamente amoroso, puede a su vez ser personal, subjetivo, una pasión, y también un hecho ideológico, propio de quien se identifica con un organismo de poder, ya sea éste político, religioso o de cualquier otra índole. Asimismo, y por último, los imperativos sociales y los personales, en el ejercicio de la docencia, pueden estar reñidos, ser antagónicos e incompatibles entre sí”.
-¿Qué desafíos enfrenta la educación del siglo 21?
“El desafío primordial, a mi forma de ver y de pensar, es el de siempre. El de todos los tiempos: educar es enseñar a aprender. Un maestro no es ante todo quien transmite con idoneidad profesional un contenido determinado sino quien lo hace de tal modo que despierta en el estudiante la alegría de aprender. El auténtico maestro es un interlocutor, un suscitador de entusiasmos.
En lo relativo a este momento del siglo XXI creo que, en un país como el nuestro, y siempre que el objetivo ideal sea consolidar los ideales de una democracia republicana, el desafío es conciliar una capacitación cívica con formación acorde a las posibilidades
tecnológicas de la época”.
-El impacto del calentamiento global sobre animales, plantas y sobre el planeta nos pone en jaque como especie. ¿Hay chance de revertir esta jugada del destino a través del cambio de paradigma de la educación?
“El calentamiento global no es, a mi modo de ver, una imposición del destino. Es el resultado de una conducta depredadora por parte del hombre que se remonta, en lo que tiene de sistemática, al siglo XVIII. Es el fruto de una concepción de la tierra como objeto de dominio; de una decisión, en suma, que consiste en obedecer al mandato de enriquecimiento económico sin tomar en cuenta que, sometida a un abuso perpetuo, la Tierra como entidad viva no puede menos que terminar respondiendo, al depredador, con su profundo desequilibrio.
No estamos en condiciones de asegurar que sea posible revertir esta situación. Las sucesivas cumbres climáticas ponen de manifiesto que ante el poco tiempo que nos queda para evitar la catástrofe mayor, el hombre no ha cambiado de conducta. La educación de los poderosos no parece permeable a la necesidad de una transformación. Comparados con esa resistencia ciega, los avances medioambientales logrados son
pocos y pequeños”.
– Vivimos tiempos de incertidumbre. ¿Qué valores humanos pueden aflorar en la incertidumbre? ¿Qué mundo y qué educación imagina después de la pandemia?
“La incertidumbre puede ser una fuente fecunda de aprendizaje. Enseñar, en primer término, que no hay saberes definitivos; que lo que parece más sólido puede dejar de serlo. La nuestra es una civilización que, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, ha hecho de la previsibilidad un auténtico baluarte. Hemos creído que mediante ella estábamos en condiciones de neutralizar la irrupción de lo desconocido en todos los órdenes. No es así. Y nuestro desconcierto prueba, asimismo, cuánto nos cuesta advertirlo y admitirlo. La solidaridad entre quienes estamos expuestos a esa intemperie no ha dejado de manifestarse. Pero es indiscutible que hay naciones cuyas dirigencias se han negado a admitir lo evidente. Al responder demasiado tarde a la peste o al negarla, han contribuido a expandirla, a que se multiplicaran muertes y enfermos.
Todo parece indicar que estos dos hechos –la solidaridad y el desprecio– deben ser tenidos muy en cuenta allí donde se quiera imaginar y aplicar una educación capaz de capitalizar tanto lo que somos como lo que hacemos”.
Nota: Marcelo Rivera
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